La conciencia; es una palabra que muchos no entienden y que
otros tantos ni conocen. La conciencia se va construyendo con las experiencias
adquiridas a lo largo de la vida es por ello que es propia, no puede ser robada
ni destruida. Por lo tanto, lo que hayan inculcado en nosotros desde nuestra niñez,
quedara para siempre en nuestra conciencia, que, aunque se puede modificar, no será
fácil hacerlo.
Es allí cuando entran en juego los valores morales que están
fijados en la familia, dadas por la educación que va más allá de la emisión y
recepción de estímulos que desarrollan nuestras facultades cognitivas, sino que
forman también el modo en el cual vemos al mundo y nos relacionamos con el
mismo.
De ellos se desprende lo que es considerado como parte de la
conciencia, siendo ésta la forma particular en la que vemos no solo al entorno
o medio que nos rodea, sino también la valoración que tenemos de nosotros
mismos dentro de él, ligada en muchos casos a la voluntad, si la consideramos
como la forma en la que tendemos hacer el bien.
Seguramente hemos oído más de una vez la expresión "Voz
de la Conciencia" siendo referida a la sensación de malestar o la
expresión de remordimiento cuando estamos por hacer algo que es indebido (y que
sabemos que estamos obrando mal) o bien ya lo hemos realizado, apareciendo la
culpa o inclusive la vergüenza.
En contraposición a esto último se toma a la inconsciencia, donde entramos en un estado de sueño o letargo, teniendo el cuerpo dormido e imposibilitado de realizar acciones en forma voluntaria.
En contraposición a esto último se toma a la inconsciencia, donde entramos en un estado de sueño o letargo, teniendo el cuerpo dormido e imposibilitado de realizar acciones en forma voluntaria.
Por lo tanto, la conciencia es un producto de la mente, y es
lo mejor que la mente produce. Es la esencia de la mente, pero la conciencia de
una persona que vive en un país puede ser bastante diferente de la conciencia
de otra que vive en otro lugar, por estar construida de otros valores morales.
Por ejemplo, en tiempos remotos solían existir comunidades de ladrones, quienes
se consideraban con derecho a robar las caravanas que pasaban por su
territorio. Su moral y principios eran tales que si una de sus víctimas decía: Todo
lo que poseo se los daré, si tan solo me dejan ir, ellos contestaban: No,
queremos ver la sangre de tu mano. No lo dejaban ir sin herirlo. La idea según
ellos era: No aceptamos nada de usted; somos ladrones, no mendigos.
Arriesgamos nuestras vidas en nuestra profesión; somos valientes, y además
tenemos derecho a hacer lo que hacemos. Lo mismo ocurría con algunos de los
piratas en el mar. Creían que su profesión los hacia virtuosos, y desde ese
pensamiento se volvían reyes. La misma gente, cuando eran poco importantes, los
tildaba de ladrones; pero cuando se volvían poderosos, los acataba como reyes.
La conciencia, por lo tanto, es lo que hayamos hecho de
ella. Al mismo tiempo es la cosa más fina que podemos hacer; es como la miel
hecha por las abejas. Bellas experiencias en la vida, tiernos pensamientos y
sentimientos, se reúnen en nosotros y crean una concepción del bien y del mal.
Si nos vamos en contra de ésta, nos sentimos disconformes. La felicidad, la
comodidad en la vida, la paz, todas ellas dependen de las condiciones de
nuestra conciencia.
La conciencia es hecha de la esencia de los hechos pero no
de la verdad. Pero la verdad está por encima de todas las cosas; no tiene nada
que ver con la conciencia. El entendimiento de la verdad es como un manantial
que brota, crece y se expande en un océano, y entonces uno llega a tal grado de
entendimiento que se da cuenta que todo es verdadero, todo es verdad. De la
verdad absoluta no hay nada más qué decir, y todo lo demás es Maya; cuando uno
mira esto desde ese punto de vista, nada es malo y nada es bueno. Si aceptamos
el bien debemos aceptar el mal. La teoría de la relatividad de Einstein es lo
que los hindúes han llamado Maya, ilusión; la ilusión causada por la
relatividad. Todas las cosas existen sólo por nuestra aceptación, las aceptamos
por ser correctas, buenas, bellas, y una vez aceptadas se vuelven parte de
nuestra naturaleza, nuestro ser individual; pero si no las aceptamos no
formarán parte nuestra. Un error, a menos que lo aceptemos como tal, no es un
error; pero una vez aceptado, es un error. Podríamos decir que nosotros no
siempre sabemos que es un error; pero, ¿acaso no llegamos a conocerlo por sus
consecuencias dolorosas? Eso también es aceptación.
Algunas veces una persona en cierto estado de ánimo es un
demonio, y en otro un santo. Hay estados de ánimo y momentos en que una persona
es bastante irrazonable; hay formas de bondad y formas de maldad, tal es la
naturaleza humana. Por lo tanto no se puede decir que una mala persona no tiene
buenas cosas, ni que una buena persona no las tenga malas. Pero lo que más
influye nuestra conciencia es nuestra propia concepción de qué es malo o bueno;
y otra influencia muy grande es la concepción de los demás. Por eso es que una
persona no es libre.
La conciencia es como cualquier otra cosa. Si la hemos
acostumbrado a gobernar nuestro pensamiento, discurso o acción, se volverá más
fuerte; si no está acostumbrada a hacer esto, entonces se vuelve débil y llega
a ser solo una torturadora, no una controladora.
La conciencia es una facultad del corazón, como un todo, y
el corazón está formado por razones, pensamientos, memoria, y corazón en sí
mismo. El corazón, en lo más profundo está atado a la Mente Divina, o sea en lo
profundo del corazón hay una mayor justicia que en la superficie; y por lo
tanto ahí llega una clase de intuición, inspiración, conocimiento, como una luz
interna que cae sobre nuestra concepción individual de las cosas. Entonces
ambas se juntan, en la conciencia. Dios, Él mismo, se sienta en el trono de la
justicia.
Una persona que es condenada por su conciencia es más
miserable que aquel que es condenado por una corte. Aquél cuya conciencia es
clara, incluso si es exiliado de su país o enviado a prisión, permanece como un
león, aunque un león en una jaula; porque incluso estando en una jaula se puede
tener la felicidad interna. Pero cuando nuestra conciencia nos desprecia,
entonces es un amargo castigo, más amargo de lo que cualquier corte nos
imponga. Sadi ve el trono de Dios en la conciencia y dice, bellamente: "Déjame
confesarte mis fallas solo a Ti, para que no tenga que ir ante nadie en el
mundo a humillarme".
Tan pronto como aceptamos la humillación, somos humillados,
lo creamos o no. No depende de quién nos humilla; depende de nosotros mismos.
Incluso aunque el mundo entero no lo acepte, será en vano si nuestra mente se
siente humillada. Pero si nuestra mente no acepta la humillación, aunque todos
lo crean, no tendrá importancia. Cuando miles de personas dicen que somos
malvados, si nuestro corazón nos dice lo contrario no habrá problema. Pero
cuando nuestro propio corazón nos dice: soy malvado, miles de personas pueden
decir: usted es bueno, que nuestro corazón continuará diciéndonos que somos
malvados. Si nos abandonamos, entonces nadie nos podrá ayudar.
Ciertamente lo mejor es evitar la humillación, pero si una
persona no puede evitarla es como un paciente que necesita ser tratado por un
médico. Entonces necesita a alguien lo suficientemente poderoso para ayudarlo,
una mente maestra; así podrá ser asistido y salir de esa condición. Cuando una
persona es un enfermo, no se puede ayudar a sí mismo adecuadamente; puede hacer
mucho pero siempre necesitará un doctor. Después de todo, cuando el sentimiento
de humillación ha entrado a la mente, uno debe aceptarlo como una lección, como
un veneno necesario. Pero veneno es veneno; lo que es puesto en la mente
crecerá allí. Debe ser removido; si permanece ahí, crecerá. Todas las
impresiones, tales como las humillaciones, temores y dudas, crecerán en la
mente subconsciente dando frutos, y llegara la época en que uno será consciente
de ello.
Me despido y les recuerdo que para vivir solo hacen falta ganas. Dios los bendiga.
Me despido y les recuerdo que para vivir solo hacen falta ganas. Dios los bendiga.