martes, 25 de febrero de 2014

La Conciencia

La conciencia; es una palabra que muchos no entienden y que otros tantos ni conocen. La conciencia se va construyendo con las experiencias adquiridas a lo largo de la vida es por ello que es propia, no puede ser robada ni destruida. Por lo tanto, lo que hayan inculcado en nosotros desde nuestra niñez, quedara para siempre en nuestra conciencia, que, aunque se puede modificar, no será fácil hacerlo.

Es allí cuando entran en juego los valores morales que están fijados en la familia, dadas por la educación que va más allá de la emisión y recepción de estímulos que desarrollan nuestras facultades cognitivas, sino que forman también el modo en el cual vemos al mundo y nos relacionamos con el mismo.

De ellos se desprende lo que es considerado como parte de la conciencia, siendo ésta la forma particular en la que vemos no solo al entorno o medio que nos rodea, sino también la valoración que tenemos de nosotros mismos dentro de él, ligada en muchos casos a la voluntad, si la consideramos como la forma en la que tendemos hacer el bien.

Seguramente hemos oído más de una vez la expresión "Voz de la Conciencia" siendo referida a la sensación de malestar o la expresión de remordimiento cuando estamos por hacer algo que es indebido (y que sabemos que estamos obrando mal) o bien ya lo hemos realizado, apareciendo la culpa o inclusive la vergüenza.
En contraposición a esto último se toma a la inconsciencia, donde entramos en un estado de sueño o letargo, teniendo el cuerpo dormido e imposibilitado de realizar acciones en forma voluntaria.
Por lo tanto, la conciencia es un producto de la mente, y es lo mejor que la mente produce. Es la esencia de la mente, pero la conciencia de una persona que vive en un país puede ser bastante diferente de la conciencia de otra que vive en otro lugar, por estar construida de otros valores morales. Por ejemplo, en tiempos remotos solían existir comunidades de ladrones, quienes se consideraban con derecho a robar las caravanas que pasaban por su territorio. Su moral y principios eran tales que si una de sus víctimas decía: Todo lo que poseo se los daré, si tan solo me dejan ir, ellos contestaban: No, queremos ver la sangre de tu mano. No lo dejaban ir sin herirlo. La idea según ellos era: No aceptamos nada de usted; somos ladrones, no mendigos. Arriesgamos nuestras vidas en nuestra profesión; somos valientes, y además tenemos derecho a hacer lo que hacemos. Lo mismo ocurría con algunos de los piratas en el mar. Creían que su profesión los hacia virtuosos, y desde ese pensamiento se volvían reyes. La misma gente, cuando eran poco importantes, los tildaba de ladrones; pero cuando se volvían poderosos, los acataba como reyes.

La conciencia, por lo tanto, es lo que hayamos hecho de ella. Al mismo tiempo es la cosa más fina que podemos hacer; es como la miel hecha por las abejas. Bellas experiencias en la vida, tiernos pensamientos y sentimientos, se reúnen en nosotros y crean una concepción del bien y del mal. Si nos vamos en contra de ésta, nos sentimos disconformes. La felicidad, la comodidad en la vida, la paz, todas ellas dependen de las condiciones de nuestra conciencia.

La conciencia es hecha de la esencia de los hechos pero no de la verdad. Pero la verdad está por encima de todas las cosas; no tiene nada que ver con la conciencia. El entendimiento de la verdad es como un manantial que brota, crece y se expande en un océano, y entonces uno llega a tal grado de entendimiento que se da cuenta que todo es verdadero, todo es verdad. De la verdad absoluta no hay nada más qué decir, y todo lo demás es Maya; cuando uno mira esto desde ese punto de vista, nada es malo y nada es bueno. Si aceptamos el bien debemos aceptar el mal. La teoría de la relatividad de Einstein es lo que los hindúes han llamado Maya, ilusión; la ilusión causada por la relatividad. Todas las cosas existen sólo por nuestra aceptación, las aceptamos por ser correctas, buenas, bellas, y una vez aceptadas se vuelven parte de nuestra naturaleza, nuestro ser individual; pero si no las aceptamos no formarán parte nuestra. Un error, a menos que lo aceptemos como tal, no es un error; pero una vez aceptado, es un error. Podríamos decir que nosotros no siempre sabemos que es un error; pero, ¿acaso no llegamos a conocerlo por sus consecuencias dolorosas? Eso también es aceptación.

Algunas veces una persona en cierto estado de ánimo es un demonio, y en otro un santo. Hay estados de ánimo y momentos en que una persona es bastante irrazonable; hay formas de bondad y formas de maldad, tal es la naturaleza humana. Por lo tanto no se puede decir que una mala persona no tiene buenas cosas, ni que una buena persona no las tenga malas. Pero lo que más influye nuestra conciencia es nuestra propia concepción de qué es malo o bueno; y otra influencia muy grande es la concepción de los demás. Por eso es que una persona no es libre.

La conciencia es como cualquier otra cosa. Si la hemos acostumbrado a gobernar nuestro pensamiento, discurso o acción, se volverá más fuerte; si no está acostumbrada a hacer esto, entonces se vuelve débil y llega a ser solo una torturadora, no una controladora.
La conciencia es una facultad del corazón, como un todo, y el corazón está formado por razones, pensamientos, memoria, y corazón en sí mismo. El corazón, en lo más profundo está atado a la Mente Divina, o sea en lo profundo del corazón hay una mayor justicia que en la superficie; y por lo tanto ahí llega una clase de intuición, inspiración, conocimiento, como una luz interna que cae sobre nuestra concepción individual de las cosas. Entonces ambas se juntan, en la conciencia. Dios, Él mismo, se sienta en el trono de la justicia.

Una persona que es condenada por su conciencia es más miserable que aquel que es condenado por una corte. Aquél cuya conciencia es clara, incluso si es exiliado de su país o enviado a prisión, permanece como un león, aunque un león en una jaula; porque incluso estando en una jaula se puede tener la felicidad interna. Pero cuando nuestra conciencia nos desprecia, entonces es un amargo castigo, más amargo de lo que cualquier corte nos imponga. Sadi ve el trono de Dios en la conciencia y dice, bellamente: "Déjame confesarte mis fallas solo a Ti, para que no tenga que ir ante nadie en el mundo a humillarme".

Tan pronto como aceptamos la humillación, somos humillados, lo creamos o no. No depende de quién nos humilla; depende de nosotros mismos. Incluso aunque el mundo entero no lo acepte, será en vano si nuestra mente se siente humillada. Pero si nuestra mente no acepta la humillación, aunque todos lo crean, no tendrá importancia. Cuando miles de personas dicen que somos malvados, si nuestro corazón nos dice lo contrario no habrá problema. Pero cuando nuestro propio corazón nos dice: soy malvado, miles de personas pueden decir: usted es bueno, que nuestro corazón continuará diciéndonos que somos malvados. Si nos abandonamos, entonces nadie nos podrá ayudar.

Ciertamente lo mejor es evitar la humillación, pero si una persona no puede evitarla es como un paciente que necesita ser tratado por un médico. Entonces necesita a alguien lo suficientemente poderoso para ayudarlo, una mente maestra; así podrá ser asistido y salir de esa condición. Cuando una persona es un enfermo, no se puede ayudar a sí mismo adecuadamente; puede hacer mucho pero siempre necesitará un doctor. Después de todo, cuando el sentimiento de humillación ha entrado a la mente, uno debe aceptarlo como una lección, como un veneno necesario. Pero veneno es veneno; lo que es puesto en la mente crecerá allí. Debe ser removido; si permanece ahí, crecerá. Todas las impresiones, tales como las humillaciones, temores y dudas, crecerán en la mente subconsciente dando frutos, y llegara la época en que uno será consciente de ello.
Me despido y les recuerdo que para vivir solo hacen falta ganas. Dios los bendiga.